No tuvo que acercarse mucho para que la elfa la reconociera. Aun así no se movió. Se quedo quieta, totalmente enderezada intentando imponer con su altura y esbeltez.
La sombra encapuchada se paro. Tampoco hacía falta que se quitara la prenda, total, su aura era reconocible. La elfa, torció el gesto en desaprobación. La encapuchada mostro su rostro con rapidez mientras hacía aparecer una daga en un fogonazo de fuego negro y apuntaba al cuello de la chica. Está, ni se inmuto. Solo se movió para apartar un poco la cara ante el filo.
-No me mires así…
Siseo con voz suave pero imperiosa. La elfa, suavemente aparto la mano de su maestra. Aun hoy se pregunta de dónde saco esa fuerza, de donde saco la serenidad que la hizo quedarse allí plantada mirándola con el dolor de quien se siente defraudado.
-No hay otra mirada para ti… -Por primera vez, era ella la madura, era ella quien debía moverla al camino correcto, o por lo menos intentarlo- Deja de jugar con las armas, no eres mas valiente por blandirlas, al contrario, eres más cobarde por luchar contra todo, frenando todo lo que puedas llegar a sentir o hacer. Es el momento de dejarlas, dar un paso y por primera vez dejar todo suelto sin miedo.
La daga comenzó a temblar en las manos de su portadora, pero los ojos de esta aun tenían un brillo amenazante y un rostro pétreo.
-Angell, no eres más fuerte por no dejarte querer. Solo eres más infeliz.
Angell se volvió a tapar con la capucha e hizo desaparecer la daga. Comenzó a andar pasando por al lado de Eáranë:
- Te echaba de menos, princesa malcriada.
-No soy princesa- Murmuro cuando estaban en la misma altura- Soy reina.
Angell rio suavemente. Acababa de demostrar quién era ahora la sabia, la madura y la valiente. Porque había que ser muy valiente para llevarle la contraria a una mujer desesperada.
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