Una noche de disfraces donde nadie es lo que parece. Así fue la noche, sorpresas continúas. Marcos me había tendido el disfraz encima de la cama del hotel. Un precioso Kimono de seda liviana, de verano. Además había traído abalorios y enganches del pelo de oriente para que adornara mi pelo. Leí la nota una vez mas “Espero que esta noche te sientas una autentica Geisha”. Sonreí estúpidamente, el sabía perfectamente la afición que tenia por toda la cultura japonesa, en especial con las Geishas.
Deje caer la ropa en los pies de la cama y me puse el Kimono con algo de dificultad. Mientras me lo ponía caí en la cuenta de que se llamaba Yukata y mientras notaba la seda pasar por mi piel desnuda haciéndome un cosquilleo empecé a soñar con un Samurái que venía a rescatarme. Aun hoy pienso como conseguí ponerme el Obi sin ayuda. Tarde aproximadamente dos horas en prepararme y me hice un moño oriental perfecto.
Baje las escaleras con cuidado de no tropezar o caer con los zuecos de madera que venían con el vestido y busque en la multitud a Marcos. Un poco difícil teniendo en cuenta que habían spiderman, doncellas del renacimiento o medievales, Batman, algún que otro Jasón y un hombre mosca. Todo era una espiral de colores, risas y baile. Ahora que me encontraba en la sala de baile caí en a cuenta de que no sabía cómo iba Marcos. Me mordí el labio nerviosa, aunque enseguida pare, no quería estropearme el maquillaje. Por suerte, mi palidez había hecho que no tuviera que ponerme toda la cara blanca.
Las luces se apagaron de golpe y comenzó a sonar “es por amor” de Alexandre Pires. Hubo una serie de murmullos que fueron acallando cuando la gente comenzó a ponerse por parejas y a bailar lentamente. Los que no tenían pareja se fueron a la barra pero mantenían un respetuoso silencio. Comencé a sentirme estúpida con mi Kimono y fui a girarme para marcharme a la habitación cuando unos brazos me rodearon. Mire hacia arriba haciendo ruido con mis abalorios y Marcos miraba, con destellos en sus ojos azules, hacia la pista. No pude evitar una sonrisa y sonrojarme. Me apoye contra él.
“Vámonos de aquí, ¿si?”
Me susurro con su acento Italiano. Me cogió de la mano y me llevo por entre la gente hacia una puerta de cristal. Justo cuando pasaba pude leer el cartel de Prohibido el Paso. Fui a decirle algo, pero me pareció estúpido, pues el hotel era suyo. Cuando por fin estábamos dentro y los ojos se me acostumbraron a la tenue luz distinguí que nos encontrábamos en el invernadero que tenía el Hotel. Mire las espaldas anchas de Marcos enfundadas en lo que parecía un traje de esmoquin. Se giro y me pillo mordiéndome el labio de nuevo. Baje la mirada sonrojada.
- No te gusta mi traje de James Bones, Ragazza?
Le mire, ¿gustarme?, por dios estaba para comérselo. Creo que mi sonrojo dijo mas que yo, pues el rio suavemente. Ande un poco deprisa y me puse a su altura. Era bastante alto con un porte exquisito digno de un general romano, en cambio, yo era pequeñita, con un pecho abundante y no me encontraba en mi línea precisamente. No sabía que había visto en ella hace dos años, cuando en un viaje por Japón se conocieron.
Marcos se paró de golpe y miro hacia un espejo de cuerpo entero, colocado debajo de un Almendro en flor.
-Es hermoso ¿verdad?
Asentí lentamente y no pude evitar acercarme hacia el árbol y tocar con la punta de mis dedos el rugoso tronco. La presencia de Marcos detrás de mí me hizo estremecerme.
-No me refería al árbol, Ragazza.
Con cuidado me puse enfrente del espejo antiguo donde me reflejaba por completo con el detrás. El yukata de colores azules intensos hacia contraste con mi piel y mi cabello oscuro. Iba a mirar con curiosidad el porqué el espejo tenía tanta belleza para Marco cuando él, me cogió una mano y me levanto el brazo lentamente. Las mangas de seda cayeron suavemente por el dejándolo al descubierto. Se llevo la muñeca a los labios y la beso suavemente. No te un escalofrió y me poye contra el notando con sorpresa el bulto de su pantalón. Mordisqueo suavemente esa zona tan sensible para mí para luego colocar mi mano suavemente sobre su cuello. Así no tenía más remedio que mirar hacia el espejo. Me sentía algo avergonzada y gire la cara. Marco no se dio por vencido y cogiéndome el mentón suavemente me obligo a mirar. “No te sientas avergonzada” susurro contra mi oído. Otro temblor. Mis muslos comenzaron a restregarse y sentía mojarse mi ropa interior. Metió sus manos callosas de artista por el agujero de las mangas de Yukata y comenzó a acariciarme el pecho por encima del sujetador de encaje que luego bajo con brusquedad liberando uno de mis senos. Su dedo gordo paso una vez por mi arrugado pezón y luego otra vez hasta que estuvo erecto. Lo cogió con dos dedos y comenzó a tirar y a masajearlo. Comencé a gemir aunque intentaba no hacer ruido, era muy escandalosa. “Marcos… “susurre y aunque intente que sonara como un reproche más bien lo hizo como un suspiro. Volví a mirar el espejo y los músculos de mi sexo se contrajeron de placer. Me rozaba contra él, mis nalgas contra su miembro que crecía y palpita a esperar de entrar en acción. Mi rostro sonrojado, mis ojos velados por la pasión y Marcos con los ojos clavados en mi reflejo parecía desnudarme lentamente con ellos. Eche la cabeza hacia atrás cuando bajo el yukata por mis hombros dejando atrapados mis brazos con las mangas y mis pechos al descubierto. Bajo el otro casco del sujetador y comenzó a jugar con mis pechos, haciéndome gemir más deprisa. Mis piernas temblaban y mi cadera se frotaba más contra él. Con osadía volví a echar un vistazo al reflejo. Piel pálida recortada contra el negro de su traje. El obi era lo único que sostenía el yukata sin desnudarme por completo. “échate hacia delante…” murmuro en mi oído de nuevo, con voz ronca por el deseo. Así lo hice apoyándome contra el cristal frio del espejo. Sus manos abrieron la apertura del yukata de las piernas y subieron hasta mis bragas. Con dos dedos comenzó a acariciarme lentamente “Están mojadas…” volvo a decir y yo cerré los ojos. Sentía sus dedos jugar, de arriba abajo, delimitando mis labios. Aparto con cuidado las bragas a un lado y mojo su dedo antes e introducirlo de golpe dentro. Di un respingo y jadee. Arañe el cristal con mis uñas, sentía el mundo de mi alrededor desvanecerse y mis piernas pronto dejarían de sujetarme. Bajo las bragas hasta la mitad de mis muslos y levanto la seda colocándola hacia un lado le oí moverse pero no abrí los ojos hasta que note el frio tacto de su lengua en mi clítoris. Se había acuclillado detrás de mí y estaba explorando con su lengua mi sexo. Juro que intente no hacer ruido, que me mordí el labio esta vez sin importar mi maquillaje hasta que note la sangre en el. Sabía que a poca distancia decenas de personas bailaban y reirán y que cualquiera podía vernos al asomarse por los cristales del invernadero. En vez de sentirme cohibida me puse más cachonda. Solté mi labio y comencé a gemir sin pausa. Esto le gusto a Marcos pues levantándose de golpe, desabrocho la cremallera con rapidez y me penetro de golpe. Una corriente eléctrica me recorrió la espalda y mis piernas flaquearon. Marcos me sostuvo las caderas para aguantarme en esa posición. “déjame que me ponga de rodillas…” le suplique. Pero su contestación fue una embestida mayor. La sacaba entera y luego volvía a meterla de golpe. Cuando quise darme cuenta mi cuerpo entero estaba apoyado contra el cristal del espejo y mis pezones sentían un cosquilleo al juntarse contra esa frialdad. Llene todo de vaho de mis gemidos y cuando no pude más abrí los ojos para mirar su rostro. Aun seguía observándome, sin perder cada centímetro de mi cuerpo. Era pasión lo que leía en sus ojos, la pasión de un artista contemplando su arte. Se inclino hacia mí y soltando una mano de mi cadera la deslizo por mi cuerpo hasta mis pechos que se movían al ritmo de sus envestidas. Cogió uno y comenzó a masajearlo, a cogerlo con delicadeza, a pellizcar mi pezón. Gire el rostro sonrojado para mirarle sin dejar de gemir, no quería su reflejo, le quería a él. AL ver sus ojos cerrados apunto de perder el control, me hizo producir un gemido largo y prolongado. Comencé a correrme. Sin dejar de embestirme llegue al orgasmo y poco después se corrió dentro de mí. Mis piernas flaquearon y perdí por unos segundos el sentido, me cogió en brazos y me estrecho contra él. Jadee aun con las piernas temblorosas, si estaba de pie era gracias a él, que me apartaba el pelo que se había soltado del moño. Levante el rostro y él me beso, suavemente.
-Sera mejor que volvamos a la habitación.
Murmuro mientras me ayudaba a colocarme el Yukata. Más tarde me enteraría de que me había visto desde lejos con el yukata y que el deseo le había hecho arrastrarme hasta el invernadero donde sabía que había un espejo. Más tarde me enteraría de que le encantaba como me quedaba la ropa japonesa y más tarde dormiríamos agarrados en su cama sin ninguna preocupación solo maldiciendo el paso del tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario